viernes, 3 de junio de 2016

Sinceramente suyo...Anibal Lecter.


Aníbal Lecter, paradigma del asesino elegante, inteligente y culto, se ha ganado un hueco de honor en nuestros corazones y por ello rescatamos su figura para nuestro particular altar de celebridades fílmicas.
Qué gran personaje, permitan que se lo diga. Con su mirada irresistible, capaz de helar la sangre del más pintado, ya sea una aprendiz de Quantico o el director de la penitenciaria en la que está recluido, su mono azul de preso tan pulcro y bien planchado, sus dibujitos hechos con mimo y perseverancia infinita. Todo un dandy con sombrero de ala ancha, conocedor no sólo de los entresijos de la mente humana sino de los detalles más insignificantes y delicados de la vida cotidiana. Una crema, un perfume, todo lo bello tiene cabida en la mente del doctor. Y tanto es así, que dejando a un lado el pequeño detalle relativo a sus hábitos culinarios, sería el suegro perfecto, el tío admirado, el invitado ideal para amenizar una cena y dar glamour académico en cualquier circunstancia.
Y es ahí donde quería llegar. ¿Qué lleva a semejante individuo a comerse a la gente? ¿Por qué un alma, a priori cándida y elevada, se transforma en atroz con un chasquido de dedos, pasando de la caricia al mordisco mandibular con extracción de lengua? La respuesta es bien sencilla, por un profundo y desquiciante sentimiento de horror ante la mediocridad. Sí, amigos, ver día tras día a pacientes con problemas absurdos, presenciar la pedantería y la soberbia de quienes, no llegándote a la suela del zapato, se esfuerzan por adquirir una posición que no les corresponde,  sentirse uno más cuando se sabe que la distancia es sideral, recibir un empujón en el metro y esperar sentado una disculpa ante la parsimonia general, ésa es la fuente. Sean sinceros, ¿no han tenido nunca esa sensación?, ¿acaso no han sentido la necesidad de explotar ante actos de la más pura falta de criterio?, ¿no hay nadie a quien mandarían gustosos a su consulta con la sonrisa de la victoria entre dientes?
Cuando se come a alguien no se alimenta sin más. Le arrebata su autoindulgencia e inmovilimismo, su infección como ser humano, ganada a pulso, su vulgaridad y se nutre de ellas en un vano intento de comprender por qué la náusea es tan brutal. De hecho, si algo no comprenderé jamás, es por qué diablos no cocinó a la ñoña de Clarice Starling con los malditos corderos. Quizá fuese el amor, que por vez primera en muchos años llamó a su puerta con buenas palabras e inocencia. Y es que en el fondo, siempre fue un sentimental.

Publicado en “La Nausea”.


Revolución y LSD. A propósito de Grant Morrison.



A lo largo de la historia ha habido multitud de pensadores, creadores e individuos de todo tipo, color y condición, capaces de intuir que la realidad era algo más compleja e indescifrable de lo que en apariencia podemos sospechar. Sociedades secretas, misteriosas instalaciones gubernamentales y experimentos encubiertos han poblado el cine, la literatura y el imaginario colectivo. La conspiranoia ya no es sólo el tapiz del frikismo más extremo y, quien más quien menos, alberga en su recámara la idea (confesable o no) de que los dirigentes, en su afán inquebrantable por mantener el orden mundial, utilizan todo tipo de artimañas para controlarnos desde una atalaya de poder erigida sobre las leyes que nos obligan a cumplir.

Cabe también la posibilidad de que ustedes, a diferencia de los individuos a los que aludíamos, no hayan sentido nunca esa inquietud. Tanto si es así como si no, tengan presente el escenario que acabamos de mostrar, fíjenlo en sus mentes. Bien, ahora incluyan en él extraterrestres invasores ultra dimensionales, rituales mágicos masturbatorios, chamanes con pinta de skin head y el lsd como medio para ver lo que se esconde tras la apariencia. ¿Lo tienen? Demencial, ¿verdad? Pues, damas y caballeros, permitan que les dé la bienvenida al universo de Grant Morrison.

Nacido en Glasgow en 1960, este escocés de calvicie voluntaria y acento ininteligible supo, desde muy pequeñito, que algo no iba bien en el mundo. Sus padres, activistas antinucleares, sentaron las bases, sin saberlo, de muchas de las premisas sobre las que se sostienen las historias que han hecho del bueno de Grant, uno de los más importantes guionistas de comics de los últimos veinte años. Pero eso llegaría más tarde. Como él mismo reconoce en el genial documental “Talking with gods” (2010), fue un niño bastante retraído que, después del colegio, acudía con su familia a manifestaciones y sentadas reivindicativas. En la adolescencia se convirtió en mod y fundó una banda con la que, pensaba el pobre, superaría su hasta entonces absoluta falta de contacto con el género femenino. Durante esa etapa ya escribía y dibujaba sus propias historietas, que de hecho pudo vender a la ya extinta revista Warrior, adalid del comic underground británico en aquel tiempo, y empezó a desarrollarse su interés por la magia, que no dudaba en practicar haciendo regulares tiradas de tarot a propios y extraños con resultados sorprendentes, a pesar de haber reconocido, con el tiempo, que se lo inventaba absolutamente todo.

No obstante, fueron dos hechos los que supusieron el punto de inflexión en su vida. Uno, el fichaje por DC comics, en una década en la que las grandes editoriales norteamericanas empezaron a mirar hacia las islas británicas en su búsqueda de talentos (fruto de ello sería el descubrimiento, entre otros, de Allan Moore o Neil Gaiman), donde se especializó en el relanzamiento de personajes clásicos olvidados, como “Animal Man” o “Doom Patrol”. El otro gran momento se produjo tras la realización del magnífico “Arkham Asylum” (1989), publicado coincidiendo con el estreno del primer Batman de Tim Burton, y que supuso un auténtico boom en ventas.

La suma que consiguió le sirvió fundamentalmente para tres cosas, ver tanto dinero junto por primera vez, saber que su carrera como guionista estaba en marcha y hacer un viaje soñado alrededor del mundo que le sirviera, al emprenderlo en soledad, como viaje iniciático y de descubrimiento, transición que todo mago debe abordar.

El caso es que el resultado superó las expectativas. Quienes le conocían en aquella época aseguran que el cambio resultó extraordinario. Se rapó la cabeza y experimentó cada cosa que llamaba su atención, desde todos los tipos de alcohol que pudo encontrar (cada día se tomaba una pinta de algo distinto para observar los efectos), teniendo en cuenta lo que ello implica para alguien, hasta entonces, abstemio, el paso por las drogas enteogénicas buscando estados alterados de conciencia, hasta salir a un club vestido de mujer teniendo como único objetivo descubrir su lado femenino.
Todo ello cristalizó en la que para muchos, y servidor se incluye entre ellos, es a día de hoy su obra magna: Los Invisibles.

Entre 1994 y el 2000, a lo largo de 59 números repartidos en tres volúmenes, el mundo cambió. Y lo hizo gracias a una vorágine de obsesiones, alter egos, referencias y grandes ideas que el señor Morrison vomitó en forma de comic book. La premisa es la siguiente: Unos alienígenas tecnócratas, conocedores de los secretos cuánticos del universo, intentan esclavizar al ser humano, sin éste saberlo, en un complot donde intervienen ciertas esferas gubernamentales. Un grupo, Los Invisibles, compuesto por magos anarquistas (entre otras muchas cosas) y dividido en células repartidas por el mundo, intenta placar la invasión y despertar al ser humano de su cautiverio. La célula dirigida por King Mob, alter ego en lo físico y en lo psíquico de Grant Morrison, es la protagonista de la historia al descubrir, en un conflictivo y malhablado chaval de los bajos fondos de Liverpool, al elegido, una especie de pequeño buda que encierra el poder definitivo para acabar con la tiranía mental a la que estamos sometidos. Por cierto, todo esto les suena, ¿verdad? Tanto les debe sonar como a su autor, que no dudó en denunciar a los hermanos Wachowsky por haber plagiado descaradamente su obra en la realización de Matrix, donde se llegan a reproducir viñetas exactas en secuencias como la del espejo, entre otras. ¿Resultado? El esperado. Reconocieron que había sido una gran influencia, que eran admiradores del comic, bla, bla, bla. Así que si quieren una similitud para entender de qué va Los Invisibles, piensen en la historia de Neo con muchísima más gracia, más profundidad e infinita mala leche.

Tal fue la implicación, tanto física como emocional en el proyecto que, al escribir cómo King Mob, al final del primer volumen, enferma de cáncer, Morrison comenzó a tener una extraña dolencia que le llevó al borde de la muerte, superándola sólo al salvar la vida de su personaje. O eso cuentan. Lo importante es que, en definitiva, de eso trata toda la obra, de cómo las ideas, nuestra conciencia, es capaz de alterar la realidad, y de cómo sólo nosotros somos dueños de nuestro destino, por más que el mundo y los terrores que lo habitan tengan como objetivo impedirlo. Tan solo hay que creer. Esa es la vía.

Morrison utiliza la magia del caos para canalizar la transición de la idea al hecho, pero insta a cualquiera a buscar el camino que le ayude a conseguirlo.

Ya que se ha mencionado la magia del caos, un breve apunte: unos de los métodos que ésta emplea para conseguir un objetivo, es el conocido como sigilo. Les cuento, se escribe en un papel un deseo, se tachan todas las vocales y las consonantes repetidas. Con las restantes se hace un símbolo, como ustedes quieran. Para activarlo hay que tener una experiencia extrema como el miedo (tirarse en puenting, por ejemplo), aunque la más usada y placentera es la sexual, de tal modo que en el momento álgido sensorial se tenga presente en la mente el símbolo. Una vez activado, se olvida tan rápido como se pueda y a esperar los resultados. Pues bien, en una de las editoriales de los primeros números, el bueno de Morrison pidió expresamente a todos los lectores que, presten atención, se masturbaran pensando en el éxito de la serie para conseguir, a través de esa gran explosión conjunta de energía espiritual, que fuera una realidad.

A día de hoy, Los Invisibles se ha convertido en una referencia del comic moderno y en un portento de escritura galardonado con incontables reconocimientos. Su autor, una estrella absoluta a quien todas las editoriales quieren en su plantilla, que vive en un castillo de Escocia con su mujer (igualita a él en todo salvo en que está de mejor ver), que sigue siendo igual de apasionado, humilde y loco que hace 20 años, y que mantiene intacta su idea: para cambiar el mundo y a nosotros mismos, sólo es necesario creerlo con fuerza. Háganme el favor, créanle.

Publicado en “La Nausea”.


El sueño que nunca fue. Entrevista para "Nueva Huella".

No es una historia única, sino más bien todo lo contrario. Desgraciadamente, son muchos los que se ven obligados, por circunstancias extremas, a abandonar sus países en busca de un futuro que, lejos de suponer un anhelo, debiera resultar un derecho inalienable. En el primer mundo, ese que aglutina apenas a una mínima parte de la población, los inmigrantes son quienes nos hacen ver que la lucha por una vida digna se transforma, en millones de casos, en un esfuerzo titánico cuya recompensa no siempre hace justicia.
Hablamos con una de esas personas que llegaron a España en busca de un sueño que nunca fue. Adscrito al plan de retorno voluntario, después de ocho años en nuestro país, mediante el cual el gobierno ayuda a inmigrantes a volver a sus lugares de origen generando algún tipo de fuente de ingresos, nos relata su experiencia con valentía y honestidad.

– ¿Cómo era la situación en tu país cuando decidiste salir?
La situación era muy mala. Trabajaba como conductor y ganaba unos cincuenta euros al mes. Así es muy difícil mantener a tu familia.
– ¿Por qué decides venir a España?
Yo veía que la gente en España tenía un trabajo, una casa y un coche. Lo que necesitaba. Y pensé que yo podría tener lo mismo. Pero al final, nada de eso.
– Cuéntanos como fue el viaje hasta llegar a España.
Al principio me dijeron que vendría en un barco. Me cobraron tres mil euros, de los que he pagado la mitad. Tuvimos que ir hasta otro país para llegar al puerto y entonces me di cuenta de que era una patera. Cuarenta personas en una barca de unos cuatro metros de largo por dos de ancho. El viaje duró tres días, en los que no comimos nada y bebimos una manzanilla al día. Había una lona que cubría media barca y yo estuve debajo de ella, sentado sin apenas moverme. Cuando llegamos a Tenerife, no podía levantarme ni caminar.
– ¿Qué ocurre cuando llegáis?
Nos llevan al calabozo durante tres días. Allí nos tratan bien, nos dan de comer y de beber, y no dan cerdo a los musulmanes. Después pasamos al centro de internamiento de extranjeros, donde estamos cuarenta días. De allí, nos suben a un autobús, dejando a la gente, de cinco en cinco, en distintas ciudades. Yo llegué a Albacete y, como tenía un primo en Madrid, me pagaron billete para llegar.
– ¿Cómo son los primeros días en Madrid?
Bien, mi primo me enseñó la ciudad, me explicó cómo moverme y lo que podía hacer. El llevaba tres meses aquí antes de que yo llegara.
– Te han detenido tres veces…
– Sí, por vender en la calle. La primera llevaba unos dos meses, pero lo peor fue la segunda vez, porque me pegaron tanto fuera como dentro del coche. Luego en comisaría no. Tengo en casa papeles del médico con las lesiones. Hubo gente que me dijo que podía testificar, que lo había visto, pero yo no quise. Otra vez un policía, que estaba solo, me vio salir de una tienda y quiso quedarse con la mitad de lo que llevaba.
– ¿Qué tipo de trabajos has podido realizar?
– Vender en la calle y de albañil, pero sin contrato. Ganaba unos ochocientos euros, y si trabajaba los sábados podía llegar a los mil.
 ¿Cómo es la relación con tu familia?
Bueno, les envío dinero todos los meses, cien euros o lo que puedo. Cuando hay fiestas, como el Ramadán, intento mandar unos cuatrocientos.
-Te niegan hasta tres veces la regularización
Sí. En Salamanca, donde estuve también, me dijeron que no tenía arraigo. Yo presenté cartas y documentos. Incluso aporté los papeles del puesto que tenía en las fiestas de Béjar, que me costó doscientos euros. Quería que vieran que trabajaba y pagaba impuestos. Yo pensé que me lo concederían, pero no.
– ¿Qué impresión tienes de la gente de aquí, como te has sentido tratado?
Hay de todo. Mucha gente buena, pero a veces se hace duro. Una vez, en el metro, me senté y la chica de al lado se levantó y salió corriendo a otro lado. Mi primo me preguntó por qué no le había dicho nada, pero dije que no pasaba nada. Lo entiendo.
– ¿En qué momento te planteas volver a tu país?
Hace tres años que lo pienso, cuando vi que es muy difícil conseguir dinero y papeles. Si pudiera, me marcharía mañana mismo.
– Hablemos del futuro. ¿Cómo te lo planteas?
Bien. Aunque antes no se podía trabajar ni ganar dinero, ahora la situación es un poco mejor. Quiero tener un taxi, para llevar personas y mercancías, y me apoya el plan de retorno voluntario. Lo único malo es que la persona que me dejó los tres mil euros para venir, me pedirá los mil quinientos que aún no le debo. Espero hablar con él y poder pagárselo poco a poco.
– ¿Cómo conociste Nueva Huella?
Yo no sabía escribir en español y hablaba mal. Pregunté y me hablaron de la asociación. Me han ayudado mucho y siempre han estado encima de mí. Solo puedo decir gracias por todo.
Desde Nueva Huella le damos las gracias por habernos concedido la entrevista, y le deseamos toda la suerte del mundo.Sin duda, la merece.
Publicado en “Nueva Huella”.


No me chilles, que no te veo. La tormentosa relación Gobierno - Ciudadano.

Abrir el periódico o ver un informativo en televisión, se ha convertido en una tortura para cualquier ciudadano con un mínimo de sentido común. Corrupción, miseria, desahucios o desempleo, son el pan nuestro de cada día. Un pan más propio de repúblicas bananeras que de democracias occidentales. Al menos a priori. Porque, por desgracia, casos como el de Grecia, Italia, Irlanda o Portugal, falsean esa premisa y corroboran que el pretendido estado del bienestar no sólo no lo es, sino que  puede llegar a transformarse en un terrible depredador.
No nos engañemos, nos gobiernan los mercados. Esos a los que tanto se apela, nombrados hasta la saciedad y a los que nadie conoce. Esos que manejan con desvergüenza e impunidad los datos electorales, permitiéndose el lujo de “aconsejar” un gobierno u otro. Aconsejar, por supuesto, utilizado como eufemismo, porque la realidad es que la recomendación camufla, a semejanza del lobo vestido con piel de cordero, una amenaza brutal cuyo objetivo va a ser siempre, así son las reglas del juego, el que menos tiene. Y aquí, no me cabe duda, saltarán los cobardes cuya máxima preocupación es dejar bien limpio el trasero del poder, muy a pesar de que el propio esté cada vez más dilatado. A todos ellos les recuerdo que la democracia es el gobierno del pueblo, y que no tengo constancia de definición que recoja, como parte del poder soberano, a entes abstractos con intereses económicos que nada tienen que ver con el bien común.
El sistema se estructura de tal manera, que a uno ha de servirle poner una papeleta cada cuatro años para sentirse partícipe de él. Con eso está todo dicho. Venga, chaval, ya has cumplido, a correr. La trampa es que ese hecho legitima absolutamente cualquier acto o decisión que se tome después. Y aunque existen programas electorales que, en teoría, exponen el conjunto de medidas y propuestas sobre las que se sustentará el posible gobierno, no son sino papel mojado en el lodo de la indignidad. No recuerdo un solo programa que no haya sido brutalmente manipulado e incumplido. Ni uno solo. Y aun menos recuerdo a un dirigente político que haya mostrado la decencia de, tras hacerlo, dimitir. La nobleza ya hace tiempo que ha dejado de pertenecer a las casas reales. La de verdad, la que ha sobrevivido desde la edad media, es la actual clase política en connivencia con los mercados. Intereses económicos que se retroalimentan y gobiernos necesitados de su cariño, son las piezas clave de nuestra realidad. Y el ciudadano, tercero excluido, la presa del carroñero.
No tenemos apenas libertad de decisión en las cuestiones vitales que nos afectan, y los mecanismos de control a quienes nos representan son superfluos y carentes de objetividad. La partidocracia llega a cotas tales de infamia, que una irregularidad manifiesta como la disciplina de voto, aquella que obliga a los miembros de un mismo partido a votar lo mismo, es exhibida con impunidad sin que ocurra absolutamente nada, imponiendo, para más inri, multas económicas a quien tenga la ocurrencia de no cumplirla.
Pero no nos engañemos. Muchos de los males que ahora sufrimos vienen directamente de una transición que nunca lo fue. Porque transición, amigos, es paso de una cosa a otra. Un punto de inflexión que transforma un estado de cosas en otro. Y aquí ocurrió un cambio que, lejos de dar pie a una evolución, impuso un modelo y una constitución blindados a los que el poder se aferra como un bebé hambriento a un pecho.
Reconocer al enemigo no es sencillo. Y no lo es porque muchas veces no tiene cara, sino imagen corporativa, logotipo. Solo vemos al mequetrefe, que no lo es tanto. Vemos a los Aznar, González, Rato y tantos más. Los que salen del parlamento para entrar en Endesa, Banco de Santander, Fondo Monetario internacional…En definitiva, aquellos que venden su alma al diablo de la riqueza y el soborno por los servicios prestados ¿O acaso no existe mayor delito que beneficiar y beneficiarse en contra del interés general? No sé si se habrán preguntado, por ejemplo, por qué pagamos mayores cuotas energéticas que el resto de Europa, por qué existen cláusulas flagrantemente abusivas en la banca, o por qué el gobierno de Zapatero decidió no acusar a Botín por delitos fiscales, dando lugar a la hoy tan famosa doctrina del mismo nombre. Si a esto sumamos la reforma laboral, las peticiones de despido libre de la patronal, las bajadas salariales o los casos de corrupción, en los que hay implicados políticos, empresarios y sindicalistas, ¿Aun se preguntan quién es la víctima y quién el verdugo? ¿Piensan sinceramente que nuestra democracia es el gobierno del pueblo, constitucionalmente soberano?
La transformación tiene que empezar ya. No valen más excusas, ni cambios apresurados ante una alarma social en aumento. Se hace necesaria una reforma estructural y constitucional, en las instituciones y en cada estamento del Estado. Y ha de realizarse con y para el pueblo. Hace tiempo que la clase política no entiende su función principal, que es y debe ser la de representación de aquellos que han depositado su confianza en las urnas. La dignidad que esto representa no puede situarse por debajo de cualquier otra disposición. Somos nosotros, todos, los que debemos gobernar con su voz, y no ellos quienes gobiernan para los demás. Esta premisa tan básica ha pasado a mejor vida, y el gobierno se ejerce desde un castillo por el que se expulsan las sobras de sus banquetes.
Tenemos la responsabilidad y la obligación de exigir un modelo adecuado a la democracia que queremos, de decidir el camino al que dirigirnos con total libertad, sin presiones ni miedos inyectados por intereses económicos privados. Los partidos han de asumir su trabajo y ejercer la función real de su existencia. Para ello, es preciso que todos y cada uno de nosotros desarrollemos sentimiento de Estado, entendiendo que una casa no puede construirse desde el tejado. Y es que el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente.

Publicado en “Nueva Huella”.


Micah P. Hinson, bendito seas.


Con el bueno de Micah P. Hinson me ocurrió algo parecido a lo que, en su día, me supuso el descubrimiento de Nacho Vegas. Un revés en toda la cara con la mano abierta, un toque de atención de esos que no se olvidan. Hay esperanza, parecía decir. Y vaya si la había. Porque permitan que se lo diga, este tipo es muy bueno. Lo es desde la sencillez, desde una simplicidad emotiva que, precisamente por ello, va como una flecha hasta el mismo centro de nuestro cerebro, donde el oido y las emociones se mezclan en una red de neuronas que van y vienen, como los protagosnistas de sus canciones. Su música transpira carretera, motel de la ruta 66, gasolinera con Mustang descapotable y parada de autobús desde donde nosotros, inmersos en cuatro acordes, observamos el Mustang maldiciendo nuestra mala suerte. Mala vida, malas calles, mala gente, pero también esperanza. Esa de la que es imposible escapar, la que se esconde, velada, detrás de una canción, de una guitarra vieja, de aquellos que estuvieron peor y se levantaron una y mil veces, del "de todo se sale" y del "no es más feliz quien más tiene sino quien menos necesita".

Mr. Hinson nació en el 81 en Tennesee, y eso se nota. Un profundo Folk de raíces se funde con retazos pop y rock desde la perspectiva, nunca olvidada, de la honestidad por cuna obligada. Un mundo intimísimo, que según el mismo reconoce, bebe de bandas como Calexico y cuyas similitudes son más que palpables. Similitudes, digo, no copia. Estamos tan acostumbrados al mimetismo entre bandas que encontrar influencias sin pérdida de identidad es como comerse un chicle de menta extrafuerte. De repente, durante un segundo, respiras limpio, fresco. Y en ese momento te das cuenta de que aun quedan momentos libres de contaminación.

El muchacho arrastra una interminable ristra de leyendas urbanas tras de sí, la mayor parte de las cuales, probablemente, sean ciertas, que han ayudado a encumbrarle. Ya saben, chico malo vende más. Pero no sean duros, no es el caso. Aquí no hay impostura ni artificio. Siendo muy jovencito tuvo una relación con una viuda famosa por las tierras que lo vieron nacer, y la cosa acabó como el rosario de la aurora; adicciones varias, deudas y demás miserias llevaron sus huesos a internamiento y, la viuda, si te he visto no me acuerdo. El hogar paterno también le fue clausurado y el chico de gafas de pasta y mirada perdida, tímido y enclenque, se vio obligado a deambular de aquí para allá, guitarra en mano, de casa en casa, siempre de prestado, y de trabajo en trabajo. Ahí tienen la materia prima, lo ven? No escribe desde lejos, sino con cicatrices. Y eso, ahora y siempre, hay que valorarlo. Un (bendito) golpe de suerte, unas canciones grabadas y un productor que las escucha. Está claro que de todo se sale. Lo demás, ya saben. Pedida de mano en el escenario a una novia cuya foto lleva en la guitarra (no me digan que no es un encanto), una novela, "No voy a salir de aquí", reflejo literario de su microuniverso y que, dicho sea de paso, ha sido publicada primero en España, y la constatación de que las cosas buenas, aquellas que además se hacen con mimo y dedicación, si hay justicia, acaban saliendo a flote.

Publicado en "La Radiación de Hawking".


Las dos caras de la verdad. Una reflexión sobre la manipulación en los medios.

La reciente publicación de la obra Gekaufte Journalisten (‘Periodistas comprados’), del alemán Udo Ulfkotte, en la que se relatan los sobornos a periodistas por parte de la OTAN y la CIA, sitúa en primera fila un debate antiguo y nunca resuelto, en el que se dirime la manipulación y sesgo en los medios de comunicación debido a intereses de diversa índole.
El tema, qué duda cabe, es peliagudo. Y lo es porque, para bien o para mal, el ciudadano se sirve de los medios con el único fin de informarse acerca de aquello que, de otra manera, resultaría de difícil, cuando no imposible, acceso. Quien tiene la información, por tanto, posee la capacidad de exponerla según su propio criterio, generando opinión. Hasta aquí todo bien. El problema surge cuando el fin de quien emite la noticia es, precisamente, generar una opinión concreta y no el mero relato de la misma. Es en ese caso, intencional y consciente, cuando podemos hablar de manipulación. Para ilustrarlo, permítanme hacer referencia a una anécdota ocurrida hace años, cuando los líderes de Estados Unidos y de la extinta Unión Soviética participaron en una carrera, uno contra otro. No recuerdo quien salió vencedor, ni viene al caso. Lo importante es que, al día siguiente, los titulares de uno de los países reflejaban que su presidente había destrozado a su rival, mientras que los del otro apelaban al más que digno segundo puesto del suyo. Les recuerdo que eran los únicos participantes, así que saquen sus propias conclusiones.
Para evitar malos entendidos y dejar claro el enfoque del presente artículo, me veo en la obligación de exponer una consideración importante, y es que no creo en la objetividad absoluta. El periodismo, como la historiografía, está hecho por personas. Y las personas no somos entes aislados. Tenemos filias y fobias, sentimientos, y adaptamos la información a nuestros propios criterios. Cuando Herodoto o Julio Cesar narraban guerras o acontecimientos de su época, lo hacían desde un punto de vista parcial y, en el caso de éste último, interesado. Las descripciones de los bárbaros en la Guerra de las Galias son brutales, pero comprensibles si tenemos en cuenta que el bueno de Julio se enfrentaba por vez primera a una gente de la que no sabía absolutamente nada, y cuyas costumbres harían temblar a cualquier romano de a pie. Esto se hace especialmente visible en géneros como la crítica (del tipo que sea) o la opinión. Pretender derrochar objetividad cuando se habla de fenómenos culturales como la música o el cine, me ha resultado siempre aburrido y estéril. Y falso, además. Porque detrás de muchas valoraciones no hay sino impostura, apariencia. Hábleme de lo que le gusta y del por qué, y olvídese de sermones que en el fondo, lo que buscan, es sentar una cátedra que nadie le ha ofrecido.
Parto, por tanto, de la base, de que quien escribe lo hace desde un punto de vista forjado por todo aquello que es y ha recibido, condicionando en cierto modo la manera en que percibe la realidad. Como nos enseña Einstein y la mecánica cuántica, un fenómeno depende de la situación del observador.
Dicho esto, cosa bien distinta es la maniobra mediante la cual una misma información se sesga, de manera intencionada, para que quien la reciba limite su capacidad de análisis debido a la carencia de todos los datos. Esto ocurre, ustedes y yo lo sabemos, a diario. Y no solo en esta España que nos ha tocado vivir, o en regímenes dictatoriales donde la manipulación es manifiesta, sino en la propia Alemania, famosa por el prestigio de unos medios puestos en evidencia tras la publicación del libro al que nos referíamos al principio.
Los gobiernos y las superestructuras son planamente conscientes de que la información es peligrosa, por cuanto es capaz de desestabilizar un mercado o promover un cambio electoral. El intento de que les sean favorables o apunten hacia ciertos objetivos se convierte en una práctica que, no nos olvidemos, pasa por encima de cualquier código ético y, dicho sea de paso, de la ley.
Pero no carguemos todas las tintas contra el poder. Ciertas compañías, próximas a éste, participan del juego alimentando una gallina que no sé si da huevos de oro, pero que al menos los debe poner bien gordos.
Tampoco debemos caer en el error de suponer que todo sesgo viene de instancias superiores. El periodismo puramente ideológico se posiciona abiertamente y no oculta su filiación, lo que no me parece mal, siempre y cuando sus informaciones sean ciertas y estén bien fundamentadas.  Las líneas editoriales y los libros de estilo marcan el camino a seguir, y las asociaciones de prensa velan, o deben velar, porque se cumplan los códigos deontológicos de la profesión. Pero los límites son difíciles de medir y fáciles de rebasar, a veces no de un modo flagrante (que también), sino mucho más sibilino, estructural, de tal manera que nos volvemos receptáculos de una idea a la que apenas hemos puesto en mínima cuarentena. Y es que la libertad de expresión es y debe ser sagrada, pero la diferencia entre la mera noticia, el pasquín y el panfleto, por ejemplo, se hace, en más ocasiones de las aceptables, de compleja dilucidación.
Caso más sangrante, si cabe, es de los medios públicos que, financiándose con dinero del estado, sirven de modo infame a intereses partidistas o gubernamentales, sean del signo que sean. En este caso se produce una doble perversión, desde el punto de vista del medio, que resulta manipulado, y desde aquel que manipula, colocando a dedo directivos o responsables que mantengan una senda trazada en los despachos, y que poco o nada tiene que ver con la pluralidad y el interés general.
Pese a todo lo dicho, y para no ser injusto, he de reconocer que el periodismo es un noble oficio que está plagado de excelentes profesionales y grandes medios. Aunque el virus de la manipulación ronda por el aire, Nixon hubiera seguido en el poder si no es por dos jóvenes redactores, y por aquellos que, pese a las presiones, les dejaron trabajar. Ejemplos como éste los hay aquí y en la Conchinchina, a patadas, así que no nublemos nuestro juicio demasiado. Que un periodista reciba dádivas o sobornos, o que sea presionado para transmitir un mensaje concreto es un crimen ante el que no podemos permanecer impasibles. Que dicho periodista acepte el trato o asuma que ha de circunscribirse a una corriente concreta, a pesar de no compartirla, rebaja su profesionalidad y su honestidad a una bajeza digna de los insectos, y que me disculpen los insectos. Denunciemos el abuso, clara y firmemente, y posicionémonos del lado de quienes tienen como único objetivo que se sepa la verdad, caiga quien caiga. Porque, en último término, todos tenemos la obligación moral de cribar la información que recibimos, de acudir a distintas fuentes y de reflexionar sobre todo ello para sacar nuestras propias conclusiones. Lo demás es ideología.


Publicado en “Nueva Huella”.

Entrevista a Rubén Arnaiz para "Red de Cortometrajes".


Rubén Arnaiz (Madrid, 1981) es productor, director, guionista, editor y actor ocasional. De discurso rápido y afable, este hombre del renacimiento, que idolatra a Billy Wilder y apunta a “Matrix” (Andy y Larry/ Lana Wachowski, 1999) como el detonante que le hizo querer dedicarse al noble arte de hacer películas, siente predilección por enfrascarse en proyectos arriesgados. Muestra de ello es el cortometraje “Mi ángel custodio” (2010), rodado en 3D, o su inminente “Sandra Munt y la daga de Azatok”, mediometraje de aventuras que, junto a “Ríos revueltos”, de Enrique Diego, formarán el proyecto “Doble Sesión”, largometraje con dos historias que rinde homenaje a los desgraciadamente extintos programas dobles.
Rubén accedió amablemente a atender a Red de cortometrajes y quedamos con él en una céntrica cafetería madrileña para hablar de cine, con mayúsculas, porque si algo se desprende de cada píldora que deja, es un profundo amor y respeto por un oficio que no siempre paga con la misma moneda.

Director, productor, guionista…¿Control freak o no queda más remedio?

La primera como consecuencia de la segunda. Me considero productor y director. Al final lo de hacerlo todo es un lujo que, mientras no haya dinero de otra gente, creo que es importante. Si haces un guion ajeno con dinero ajeno pierdes el control, y si uno puede hacer algo bueno, la mejor manera de demostrárselo es realizarlo con el mayor control posible. Yo estoy loco por dirigir un guion que no sea mío, pero no me llega ninguno que me emocione especialmente.

Una veintena de cortos como productor y siete dirigidos, sin contar las labores de guionista, director artístico y demás. No has parado.

No, porque lo que he hecho sobre todo es producir cortos ajenos. Por una parte me arrepiento porque no he podido dirigir tanto como me hubiera gustado. Hay gente que dirige doscientos cortos al año porque no produce. A mí me ha pasado lo contrario, y me hubiese gustado hacer más. Llevo dos años dedicado a “Sandra Munt”, prácticamente parado entre ruinas económicas y rodajes caídos. He estado, sobre todo, escribiendo.

¿Qué te estresa más, producir o dirigir?

Producir. Lo malo es que al hacer las dos cosas al mismo tiempo, todo está más ajustado y, cuando diriges, lo haces mal. Por eso en “Sandra Munt” voy a tener a alguien de producción que se encargue exclusivamente de eso. No voy a implicarme en las labores puras de producción, porque tiene que ser una obra maestra de la historia del cine, tienen que llover premios, dinero y de todo, y la única manera de conseguirlo es estando centrado.

Has contado con Javier Aliaga, profesional de efectos especiales de talla internacional que ha trabajado, entre otras, en “El laberinto del fauno” (Guillermo del Toro, 2006), o “El perfume” (Tom Tykwer, 2006). ¿Cómo surge esa colaboración?

Pues la verdad es que no me acuerdo (risas). Creo que fue por Facebook. Contactamos por e-mail, empezamos a hablar y finalmente va a hacer el monstruo y efectos de maquillaje. Me siento muy orgulloso porque gracias a su participación mucha gente se ha ido sumando al proyecto. Nunca le podré agradecer todo lo que ha hecho, sobre todo con los cuatro duros que hay. Muy bien usados, eso sí, pero cuatro duros. Por su talento y su buen hacer debería hacer cosas mucho más grandes, y el tiempo que nos ha dedicado se lo agradeceré toda la vida.

Vayamos a la financiación. El presupuesto es íntegramente privado. ¿Es habitual en vosotros no contar con subvención?

En realidad, no. Aunque siempre me meto en charcos hablando de los demás, no voy a perder la costumbre ahora. Creo que el problema que hay España es que nadie se ha arriesgado nunca con nada que no sea de los demás. Es decir, se pueden hacer cortometrajes de mil o dos mil euros, pero un presupuesto de veinte mil solo se ve en uno de cada cincuenta. De hecho, el problema de las subvenciones es que aparte de ser el yugo que utilizan los ladrones que todos sabemos, han servido para que nadie invierta, nadie arriesgue su dinero para tener que sacar beneficio. Por tanto, nunca veremos película de esas que todos queremos ver, y acabamos diciendo “otra de la guerra civil”, u “otra del cine español”. Aquí no podemos hacer “Transformers” porque no hay nadie que la produzca, sabiendo que semejante desembolso hay que recuperarlo después en taquilla. Para hacer a un Optimus Prime español con la voz de Resines, necesitas dinero. Si la pagas con subvención, hacemos “Alatriste”. Total, qué más da que no la vea nadie, si está pagada y ha cobrado todo el mundo. Pero yo quería ver una saga, con Viggo Mortensen haciendo el personaje cada tres años: “Alatriste”, “Alatriste. La venganza” y “Alatriste. El retorno”. Pero no, porque para qué…Y es una pena. De hecho, yo creo que lo ideal sería que hubiera subvención y otros medios de financiación, como por ejemplo el ICO. Lo que ocurre es que para hacer uso del ICO, tienes que haber vendido antes tu proyecto a la televisión, y si yo voy con el mío, me lo van a tirar a la cara. ¿Qué tuve que hacer? Ir a un banco y pedir un crédito con un interés enorme. Y aquí estoy.
De hecho no hubiera tenido tantos problemas si no hubiese sido por todos los problemas de rodaje que tuvimos, que comparo con “Waterworld”. Nos pasó de todo y, si no fuera por eso, estaría rodado. Así que, salvo catástrofes que merecen un libro aparte, tampoco es un riesgo tan grande. Esto es cultura cuando nos interesa, pero la verdad es que al final el dinero del estado lo ponemos todos, y yo estoy harto de ver películas que no me interesan nada. Yo quiero ver “Transformers”. Y no me cabe duda de que la nuestra sería mejor que la americana, porque probablemente estaría más cuidada. Las películas comerciales españolas, de Alex de la Iglesia o Amenabar, por ejemplo, son en general mejores que las que se hacen en otros países. Pero como no interesa…

Siempre haces referencia a “Matrix” como la película que te hizo dedicarte a esto. ¿Qué te dio?

Pues muy sencillo, algo que yo busco en el cine, que es introducirme en la película. Realmente me gustan mucho dos cosas, por un lado la osadía de contar algo nuevo y sorprendente de una forma distinta. Y, sobre todo, el hecho de que, durante dos horas y cuarto, estés viendo algo que, en ese momento, es real. Recuerdo que cuando salí del cine dije: “quiero hacer esto, que cuando la gente vea algo mío, sienta lo mismo”. No ha ocurrido ni ocurrirá, pero se intenta.

“Sandra Munt” y “Ríos Revueltos” forman una especie de programa doble. ¿La vais a intentar vender así, como largometraje?

Sí, sí. Es un riesgo bastante grande. Cuando surgió el proyecto, la gente que no conocía los programas dobles lo comparaba con “Grindhouse”. Es exactamente igual, de hecho el batacazo va a ser el mismo por una cosa muy sencilla: En América, supuestamente, la gente sabe lo que es “Grindhouse”, pero por mucho Tarantino y Rodriguez que sean, estar metido en una sala tres horas y media…El caso es que aquí nadie sabe ya lo que es un programa doble en un cine. De hecho, “Ríos revueltos” es, exactamente, el western de serie b con actores poco conocidos, que daba paso a la película reclamo. Dura más que “Sandra Munt”, y el metraje total no dura más de hora y cuarto. Por lo tanto, cuando la gente se quera aburrir, la película ya habrá terminado. Esa es nuestra baza.

¿Recuperaste el guion aprovechando la posibilidad de hacer “Doble Sesión”, o iba a rodarse de todas formas?

El Caso de “Sandra Munt” es súper raro, porque en la idea original de “Doble Sesión”, el corte que iba a dirigir no era ese. Tenía otro guion que rondaba las cuarenta páginas, y que acabó extendiéndose a las setenta. Una road movie con asesino en serie que algún día rodaré, espero, como largometraje.
Por todo eso, decidí recuperar el personaje de Sandra de 2008, y rehacer el guion. El original se me quedó en cincuenta y tres páginas, pero como se nos cayó el rodaje lo he dejado en unas treinta, porque es imposible rodarlo sin dinero tal y como estaba pensado en un principio. El original lo dejo para hacer una película que suponga una continuación de éste. Por eso, cuando digo que tengo una franquicia, no me refiero a que voy a vender muñecos, sino a que realmente lo es. Quiero rodar cortometrajes sobre los padres del personaje a principios de siglo, etc. Mi idea es dedicarle unos años, siempre que sea posible, al personaje, y lo digo con la boca pequeña porque cuesta dinero, aunque no quiero pensar en eso ahora. Si sale, y se puede, bien. Quizá venga alguien a quien le interese. Y si no, pues nada. Igual los vendo y acaban haciendo una peli con Mario Casas.

¿Cómo te planteas el paso del guion técnico al literario, la planificación?

Como solo he realizado guiones propios, lo voy viendo mientras escribo. Al realizar el story board dibujo lo que veo o lo que me parece que hay que ver. Aquí, como en todo, cada uno tiene su escuela. A mí me suelen decir que he inventado el “plano pecho”, por ejemplo.
Sobre todo lo importante es el ritmo. Voy escribiendo por secuencias y ajusto el ritmo. Luego lo comparo con otras para ver si funciona, si existe continuidad. Cuando no funciona, se rehace intentando cuadrarlo. Eso se ve en el guion a base de escribir.
En este he intentado cuidar mucho ese aspecto. Cuando no tienes dinero, debes compensar esas carencias con el guion, lo que me ha llevado, hace no mucho, a darme cuenta de que me encanta escribir. Creo que es un lujo  poder hacer guion y story a la vez, porque el control es absolutamente tuyo, aunque evidentemente la responsabilidad también, y los fallos no puedes atribuírselo a nadie más que a ti mismo.

¿El cortometraje es, o debe ser, un género en sí  mismo, o el paso de aprendizaje necesario para dar el paso al largo?

Esa es la pregunta que todos nos hemos hecho durante años. Para mí nunca ha sido la búsqueda del pelotazo, esperando que alguien me llame para hacer un largo. En un corto tienes que demostrar de lo que eres capaz. Por eso, cuando se han realizado cortos con muchos medios, todos hemos ido a ver qué habían conseguido con esa pasta. Hay muy pocos directores de largos que sigan haciendo cortos, Balagueró, Plaza y pocos más, y creo que resultaría muy interesante ver a gente así en este formato.
Chapero Jackson, por ejemplo, ha hecho muchísimos cortometrajes y ha recibido cantidad de premios, pero luego hace “Verbo”, que está bastante bien, y se pega el batacazo. Hay gente muy buena que merece mejor suerte, pero somos esclavos de la publicidad.
Yo no hago cine para epatar, ni para ir a estrenos, ni para ligarme a las actrices. Bueno, igual a alguna sí…Hago cortos para probar cosas, como cuando hicimos “Mi ángel custodio” en 3D. No se había ni estrenado “Avatar”, y me pareció muy interesante. Ahora ya sé rodar en ese formato, por ejemplo.

¿Se podría dar más apoyo al cortometraje?

Es que realmente hay mucho apoyo. Existen millones de festivales. Lo malo de los cortometrajes, y lo digo por mis cortos que, lo digo ya, son una mierda, es que no hay criterio. En Facebook la gente te dice: “vota a mi corto” para tal o cual festival. No perdona, yo votaré lo que considere que tengo que votar, y si tu corto es penoso, no lo voy a votar. Mi corto “Wunder” sacó muy buena nota porque lo votaron mis amigos y, aunque no está mal, no es “El padrino”.

En la presentación que se hizo de “Grindhouse” en la “Comic Con”, Tarantino dijo, a propósito de la tan cacareada democratización del arte, que aunque cualquiera puede hacer un corto y colgarlo en internet, solo aquellos que realmente destacan, aquellos que tienen auténtica calidad, perduran y tienen vida. ¿Estás de acuerdo?

A medias. A estas alturas todo el mundo sabe que quien ha ganado el festival de cortos de Ridley Scott es español. Yo creo, sin haber visto el corto, que será bueno. El problema del que antes hablaba cuando me refería al criterio, es que ahora cualquiera puede abrir un festival. Se compra un dominio y listo, a meter los cortos de mis colegas, y aunque estoy de acuerdo en que, al final, lo bueno destaca, lo malo es que todos creemos que somos buenos. Yo soy pobre y no puedo perder el tiempo, si creo que no valgo, ¿voy a seguir perdiendo tiempo y dinero? Yo amo el cine, el cine es mi vida y por el cine muero, y hay que hacerse esa reflexión a veces para no autoengañarse.
El tipo que del que hablamos antes, el que ha ganado el premio de Ridley Scott es bueno porque lo han votado profesionales de verdad, no el público o los amigos, que es lo que suele pasar aquí. E incluso en los que votan profesionales, los resultados tampoco son fiables, pues este es un país de envidiosos y un director puede no votar al mejor, no vaya a ser que este tío venga luego a quitarme el trabajo.

Vamos a ir terminando…¿Cuándo pensáis estrenar?

Mis planes son estrenar a finales de verano de 2013.

Véndeme “Ríos revueltos” y “Sandra Munt y la daga de Azatok” en una frase.

“Ríos revueltos” hay que verla porque es como si Berlanga y Leone hubiesen hecho una película juntos.
“Sandra Munt”, porque es la historia de una vida. De la vida del personaje. No puedo resumirlo en una frase porque llevo demasiado tiempo con ello, pero Lovecraft está vivo también. Es la película que habría hecho Steven Spielberg si le gustase Lovecraft.

Una pregunta ineludible, por tópica. ¿Qué consejo le das a toda esa gente que empieza en esto?

(Risas y más risas). Mi visión personal, de verdad, es que si uno no ama el cine, que lo deje porque no vale la pena. A no ser que sepas mucho inglés y te puedas ir a Estados Unidos a estudiar, para que tu máximo sea dirigir la última de Steven Seagal en DVD, no vale la pena. Si no fuera por amor al cine, uno no aguantaría las cosas que acabas aguantando.
Otra cosa fundamental es el respeto. En cine se aprende muy mal a respetar los distintos trabajos que hace la gente en una película, y es igual de importante el director, el productor, el montador y la script. Incluso el que te trae los cafés, porque si no te los trae, te quedas dormido y no ruedas. Muchas veces se observa cierto ninguneo a aquellos que no son el director o el productor, y eso es un gravísimo error.
Al producir y tener que trabajar de forma muy estrecha con todo el mundo, ves eso muy bien. Para la peli quiero tener a alguien con una cámara para grabar el making of, y quiero darle la misma importancia que si lo hiciera yo mismo.

Rubén empezará a rodar “Sandra Munt y la daga de Azatok” en breve. Desde aquí le deseamos toda la suerte del mundo tanto a su segmento como al conjunto de “Doble Sesion”.


Entrevista publicada en “Red de Cortometrajes”.